Al
mismo tiempo en que mi familia paterna se refugiaba en Iskenderún, mis abuelos
maternos abandonaban Aintab y marchaban a su propio exilio en Aleppo. La
distancia que separa a ambas ciudades es de poco más de 100 kilómetros y puede
recorrerse a pie en algunos días.
Mi
abuelo Misak había nacido en 1894, mi abuela Gülenia en 1902. Cuando dejaron
Aintab, Misak ya era un veterano de la Legión Oriental francesa que había
decidido empezar, por fin, una vida más sosegada. Sé por lo que me contó mi madre
que mis abuelos tuvieron una pequeña hija que falleció a poco de nacer, y mi
madre –la segunda, convertida en la hija mayor- nació en Aleppo en noviembre de 1921.
La
vida de los armenios kajtaghan
–“refugiados”- no fue sencilla, pese a la permanente hospitalidad de los árabes
para con ellos.
Las muchas penurias soportadas por los kajtaghan durante esos primeros años en
Aleppo solo podían ser mitigadas por la certeza de que habían llegado a una
tierra cordial y a una situación completamente distinta a la que vivieron bajo el Imperio otomano.
La causa de esa hospitalidad no les era desconocida: armenios y árabes, pese a sus diferencias de etnia, religión e idioma, compartían una inveterada
repulsión hacia los permanentes abusos vividos bajo la dominación política turca.
En
1922 el imperio otomano se disolvió y los territorios de Siria y el Líbano
pasaron a formar parte de la administración colonial francesa y los armenios de
Ghilighiá se trasladaron en masa hacia esos territorios.
Mi
familia materna llegó a Aleppo junto con otros armenios, y se establecieron en
el barrio Davudiyë. Allí construyeron en pocos años una casa de piedra (karedún), utilizando
las rocas provenientes de una demolición hecha recientemente para abrir nuevos
caminos. El barrio, situado en la periferia de Aleppo, fue el asentamiento
tradicional de la primera ola de exiliados armenios.
Mari
Nalbandian, mi madre, fue como dije la mayor de seis hermanos. Cinco mujeres –mi madre y
mis tías Zaruhí, Angelle, Sirarpí,y Hamesduhí, fallecida a muy corta edad a
causa de la disentería- y el único varón, Badrig, que era el menor de todos.
La familia Nalbandian - Sanossian en Aleppo, circa 1946.
En el centro de la imagen, mi abuela Gülenia Sanossian, Badrig Nalbandian y mi abuelo Misak Nalbandian.
En la fila posterior, de izquierda a derecha, Sirarpí, mi madre Mari, Zaruhí y Angelle Nalbandian
Creo
haberles comentado que la familia de mi abuela materna, los Sanossian, eran
gente de una posición relativamente acomodada. Pero en la casa de mis abuelos vivían más que al día. Pensemos por un instante lo difícil que es arrancar una vida “desde
cero”, en otro país y con una prole tan numerosa. La
preocupación de mi abuela era alimentar, vestir y educar a sus hijos del mejor modo posible.
Mi abuelo
Misak había puesto un parador en las afueras de la ciudad, en el paso obligado de
las caravanas, y luego de los camiones. Allí los viajantes y los chóferes se detenían a comer
y beber algo antes de continuar sus viajes. Mi abuelo vivía allí mismo, en el parador, de modo que su presencia en la casa del barrio Davudiyë era esporádica.
Mi abuela, y luego mi madre que era la hermana mayor, eran las personas que
sostenían la vida cotidiana en ese hogar con demasiados niños.
Familia nalbandian, en la casa de Davudiyë, circa 1955-1960. Mis tíos Badrig, Sirapí, Zaruhí y Angelle rodean a mi abuela Gülenia. La niña no es parte de mi familia, posiblemente una vecina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario