El
primer escenario de esta historia sucedió, como dije, en Aintab.
Cuando
nació mi padre, el Imperio Otomano –“El hombre enfermo de Europa”, como se lo
conocía en el mundo de la diplomacia- había perdido la mayor parte de sus posesiones
occidentales y se reducía a 25 provincias (vilayet,
en turco) diseminadas en Asia menor y en los actuales países del golfo pérsico
y Palestina. La ciudad de Aintab pertenecía entonces a la provincia de Alepo.
También
en aquel entonces, habitaban en Aintab poco más de 80.000 personas, de las
cuales cerca de 30.000 eran armenios. Hoy la población de la ciudad llega a
poco menos de un millón de habitantes y la provincia homónima a poco más de un
millón y medio.
En
julio de 2013, a punto de cumplir 50 años, decidí a Turquía. Mi propósito era festejar,
con mi mujer y mis hijos, mi cumpleaños en Aintab. Quería conocer ese “otro
cielo” sobre el que tanto me había hablado padre y al cual nunca pudo regresar.
Pude llevar a cabo aquel proyecto, trascendente en mi vida, del cual surge este
otro.
Vista de la ciudad de Aintab, circa 1910
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