sábado, 14 de marzo de 2015

Montevideo (1926)

Tras algunos pocos años en Beirut, en condiciones de vida muy difíciles, mi padre decidió venir a América. Tenía, en aquel momento, apenas 16 años.
No sé cómo fue tomada esa decisión, pero implicaba que Artín debía viajar solo: su madre y su hermano permanecerían en Beirut hasta que, en condiciones un poco más afortunadas, pudieran encontrarse con él bajo otro cielo.
América, para un muchacho de 16 años nacido en Aintab, puede resultar una palabra inmensa e indescifrable. Es, sencillamente, Terra Incognita, un lugar que solo puede caber en la imaginación o en ninguna parte.
A duras penas, y vaya uno a saber con qué ahorros, la pequeña familia Achdjian compró un pasaje en barco para Artín, el hijo mayor, el que habría de adelantarse para comprobar si ese otro cielo realmente existía.
Tengo en mi poder el pasaporte provisorio de mi padre, otorgado por la autoridad francesa comisionada en Siria y Líbano. Está fechado el 3 de junio de 1926. Allí se consigna que mi padre declaró tener entonces 16 años, que era originario de Turquía y naturalizado libanés, residente de Beirut. Allí también se lo describe como como un hombre de talla mediana, cabellos y cejas negros, de barba rasurada y de bigote pequeño. Sobre el margen inferior izquierdo el funcionario consular agregó una fotografía tamaño carné que yo elegí como ícono principal de todo este proyecto.



El pasaporte nada dice acerca de su condición de armenio, o de su nacimiento en Aintab. Sin embargo, un sello borroso, sobreimpreso en sus datos de filiación difusos, le asigna la nueva condición de “ressortissant français” (nacional francés).
Muñido de esa papeleta tamaño oficio y cuidadosamente plegada, Artin Achdjian se lanzó a la aventura de llegar a Montevideo, un lugar que jamás antes había escuchado nombrar, situado al sur de un continente que, a sus 16 años, le parecía irreal.

Fotografía del pasaporte de Artín Achdjian, junio de 1926

Muchos otros armenios, como mi padre, siguieron el mismo trayecto. Aquí, bajo este otro cielo, aprendieron a decir con mucho esfuerzo y constancia, sobreponiéndose a las burlas de los nativos, “Muntividió, Urukvai”. Otros como él eligieron, en cambio, quedarse en la otra orilla, la ciudad vecina que separa un río tan ancho que parece un mar; un lugar igualmente desconocido para todos aquellos recién llegados que aprendieron a pronunciar su nombre en esa lengua entreverada:  “Bonesarie, Aryantina”.
Solo con su almita –porque ninguna otra cosa traía consigo- Artín Achdjian, de 16 años, armenio, nacido en Aintab, refugiado, residente libanés y de discutible nacionalidad francesa, llegó a Montevideo en el invierno del año 1926.

Su vida, bajo otro cielo, recién comenzaba.

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